El coste de la gratificación inmediata
Rafael Romero, director de la oficina de Abante en Málaga, escribe una tribuna en Diario Sur sobre cómo nuestras decisiones y comportamientos vienen determinados en gran medida por la necesidad de gratificación inmediata, dejándonos llevar por el corto plazo, sin tener en cuenta los efectos en el largo plazo.
Romero explica el experimento de Walter Mischel, realizado en la Universidad de Stanford en los años sesenta, en la que a un grupo de niños se les pidió elegir entre recibir una recompensa inmediata (una golosina) en el momento o una recompensa mayor (dos golosinas) si podían esperar 20 minutos. El 70% de los niños no pudo “demorar la gratificación”. El estudio reveló que, “aquellos niños que demostraron autocontrol, alcanzaron una vida más exitosa en la adolescencia y madurez”, explica Romero.
En la sociedad actual, dominada por la ‘cultura de la inmediatez’, esta idea es más evidente. Se valora la “gratificación inmediata y la satisfacción sin tener que esperar mucho tiempo o hacer un esfuerzo”, escribe el director de la oficina de Málaga. Tiene que ver con cómo funciona nuestro cerebro y con el efecto de refuerzo de este tipo de comportamientos por la dopamina y la serotonina -asociadas al placer- . Además, el cortisol -asociado al estrés-, “puede llevarnos a tomar decisiones impulsivas”.
“Este sesgo hacia el presente se manifiesta también en el ámbito financiero, donde muchos prefieren beneficios inmediatos en lugar de mayores ganancias futuras”, explica Romero. Por eso, aconseja adoptar una perspectiva a largo plazo “más ambiciosa”. Y concluye citando a Ortega y Gasset: “Solo es posible avanzar cuando se mira lejos. Solo cabe progresar cuando se piensa en grande”.