"Esperanza de vida e inversión"

Artículo de Josep Prats*
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12/10/2016

La esperanza de vida al nacer en España ha aumentado de forma espectacular en tan solo dos generaciones: en 1930, cuando nació mi padre, se situaba en 50 años; en 1962, cuando nací yo se encontraba en los 70 años y en 2003, cuando nació mi hijo, superaba ya los 80 años.

El gran salto, de 20 años, en el avance de esperanza de vida que se dio entre la generación de mi padre y la mía se debió, sobre todo, a la drástica reducción de la mortalidad infantil. Entre la población jubilada el aumento de esperanza de vida fue menor. Los pocos que en 1930 llegaban a cumplir los 65 años sobrevivían 11 años a dicha edad. Los muchos que en 1962 llegaban a cumplir los 65 años, sobrevivían 14 años a dicha edad. El gran cambio entre 1930 y 1962 fue que la mayoría de la población pudo alcanzar la edad de jubilación. Pero, una vez jubilados, no había mucha diferencia en el número de años de vida que tenían por delante.

La esperanza de vida una vez alcanzada la edad de jubilación ha aumentado, sin embargo, de forma significativa en la última generación. De 10 años ganados entre mi generación y la de mi hijo, la mayor parte, 8 años, se debe al incremento de la expectativa de supervivencia de la población jubilada.

Hoy, una persona que se jubile a los 65 años tiene una expectativa de supervivencia de 22 años, frente a los 14 que tenía cuando yo nací. Cuando mi hijo cumpla los 65, su expectativa de supervivencia superará los 30 años. Dicho de otra forma: la generación de nuestros hijos sobrevivirá, tras su jubilación, aproximadamente el doble de años que la generación de nuestros padres. Por lo que la conclusión es clara: nuestros hijos deberán acumular, en términos reales, el doble de ahorro que nuestros padres para asegurarse, anualmente, el mismo ingreso que ellos tras su jubilación.

Para la generación de nuestros padres la pensión de jubilación procedente de las cotizaciones a la Seguridad Social habrá sido una fuente relevante de ingreso. Olvidemos por un momento el ridículo debate sobre la ‘hucha de las pensiones’ o si el sistema tiene que ser de reparto, con cargo a presupuestos generales, o de capitalización (cuando, en los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado los ingresos por cotizaciones sociales excedían de forma muy holgada el gasto por pensiones nadie hablaba de reparto y el exceso de cotizaciones se dedicaba a sufragar todo tipo de gastos, por ejemplo el sistema sanitario…).  Y enfoquemos el derecho a una pensión como una consecuencia lógica de un historial de cotizaciones pasadas. Como ya se hace en los sistemas públicos de pensiones escandinavos y, tarde o temprano, se hará también aquí.

Aportar, vía cotizaciones obligatorias (a cargo de la empresa y del empleado) un tercio del sueldo durante 45 años, equivale a ahorrar 15 años de sueldo. Estos son, aproximadamente, los años que habrá cobrado de pensión, en media, la generación de nuestros padres por lo que la relación entre cotizaciones y pensiones, en su caso, ha sido correcta.

Si nuestros hijos tienen que cobrar pensión durante el doble de años, tendrán que aportar el doble (dos tercios del sueldo, lo que parece bastante improbable) o cobrar la mitad (lo que parece mucho más probable). Nuestros hijos tienen que saber que, si cotizan la misma proporción de su sueldo durante los mismos años que sus abuelos, lo justo, lo lógico, es que terminen cobrando una pensión anual que sea aproximadamente la mitad que la que hoy perciben sus abuelos.

Si esperamos, tras nuestra jubilación, mantener un nivel de vida que haga necesario contar con unos ingresos superiores a los que nos puede proporcionar la mitad de la pensión actual de jubilación, deberemos tener nuestro propio plan privado de ahorro e inversión.

¿Cómo se puede acumular el doble de ahorro? De muchas formas: por ejemplo, ahorrando el doble o, si ahorramos lo mismo, invirtiéndolo con una mayor rentabilidad. Para una aportación constante durante un plazo de 25 años, aquellos en los que verosímilmente, a lo largo de una vida profesional, se puede destinar una parte significativa de los ingresos al ahorro, cinco puntos porcentuales anuales de rentabilidad real adicional, generan, al final del período, el doble de patrimonio. Un 5% más de rentabilidad anual significa necesariamente asumir riesgos. Un 5% es, aproximadamente, el diferencial medio de rentabilidad que ofrece, a largo plazo, la renta variable frente a la renta fija a corto plazo. Evidentemente, los sustos que da la bolsa no los da el depósito en el banco, pero los sufrimientos a corto plazo tienen su recompensa a largo.

Si trabajando los mismos años que nuestros padres y abuelos, pretendemos gozar de una jubilación que dure el doble de años que la suya, tendremos que poner el dinero que podamos ahorrar a trabajar. Invirtiéndolo, no solo guardándolo.

*Por Josep Prats, gestor de European Quality Fund y de European Quality PP.