Finanzas personales en tiempos de crisis

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23/09/2009

Han pasado ya dos años desde los primeros síntomas visibles de la crisis. Desde luego, y aunque persistan desequilibrios y amenazas latentes, las cosas han cambiado mucho desde entonces y, en nuestra opinión, lo han hecho a mejor.

Entretanto, la vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes, decía John Lennon y, en este tiempo, hay algunos problemas relevantes para las finanzas personales cuyo impacto no está siendo suficientemente bien evaluado.

El primer problema, y el más obvio, es el desempleo y su incidencia directa en las fuentes de ingreso de los hogares, reduciendo la capacidad de gasto y generando inestabilidad e incertidumbre, máxime cuando en los años pasados el ahorro ha brillado por su ausencia.

La derivada más cortoplacista tiene que ver con la utilización adecuada de las eventuales indemnizaciones por despido y el subsidio de desempleo. En un segundo plano, aparece la recolocación. Las necesidades y posibilidades de encontrar, en breve plazo un puesto de similares características, aunque, probablemente, con distinta compensación. Más relevante, pero con solución a largo plazo, está la cualificación y reorientación de la carrera profesional a fin de enfocarse más en lo que uno quiere y no en lo que le ofrecen.

El segundo problema es la estructura y nivel de gasto de las familias. Una parte relevante del consumo ha estado apoyada en la retribución variable, en la facilidad de acceso al crédito y en el efecto riqueza generado por la inflación de activos, especialmente, los inmobiliarios.

La duda surge en si es posible mantener el nivel de gasto. En algunos casos en los que las rentas del ahorro están completando los ingresos por pensiones, la caída de las bolsas y el temor a la descapitalización, hace que se renuncie a partidas de gasto esenciales.

Los sistemas de retribución ligados a stock options necesitan una revisión, teniendo en cuenta que compañías muy relevantes han registrado caídas en sus cotizaciones de casi el 90%.

Una parte relevante del gasto de las familias es el servicio de vivienda, en un contexto de tipos bajos y restricción crediticia, es necesario analizar la conveniencia, o no, de amortizar la hipoteca o de modificar las condiciones de la misma. En este mismo sentido no es descabellado plantearse si lo adecuado para las finanzas personales de cada uno es alquilar en vez de comprar.

Siguiendo con este punto, el tercer problema viene por la vía del apalancamiento de determinadas inversiones. Ahora el precio, cuando lo hay, de los activos que servían de colateral es mucho más bajo. Es frecuente encontrar una alta concentración de activos inmobiliarios en las carteras de inversores cuyo problema, hoy, es de iliquidez y de refinanciación.

El cuarto problema, aunque por su lejanía (para algunos) invita a la procrastinación, merece un análisis sosegado y en profundidad, un ejercicio de responsabilidad individual pues la situación del Sistema Público de Pensiones no permite ser muy optimista respecto a las prestaciones que recibiremos una vez jubilados.

La situación se agrava en un contexto de mayor desempleo (menores cotizaciones) y de rescate anticipado de planes de pensiones y productos de ahorro previsión. Es frecuente oír aquello de “cuando tenga dinero, empezaré a ahorrar para jubilación”. En nuestra opinión, el que no tenga nada ahorrado a eso de los 45-50 tiene un serio problema que debe resolver cuanto antes.

El quinto problema es que la aversión al riesgo en los meses anteriores ha elevado tanto el precio de los activos considerados tradicionalmente como refugio (letras del Tesoro, bonos, oro, etc…), que ha reducido a la mínima expresión su rentabilidad esperada para los próximos años. La rentabilidad no estará exenta de riesgo y habrá que acostumbrarse a las fluctuaciones de la renta variable si queremos que nuestro ahorro no se vea diluido en el cocktail de inflación e impuestos que, previsiblemente, nos servirán a la vuelta de la crisis.

El pánico visto en los mercados financieros en los últimos meses ha llevado a muchos a vender sus carteras y a aceptar las ofertas de productos “aparentemente” conservadores que han mostrado su cara más oscura cuando los mercados de crédito han colapsado: acciones preferentes que no son sino deuda perpetua ultra subordinada, cuyo cupón está en entredicho en un entorno de beneficios a la baja y cuya iliquidez se ha resuelto como se resuelven siempre los problemas de iliquidez: rebajando los precios. Hasta un 40% en muchos casos. ¡La banca gana!

Los depósitos ya sólo ofrecen rentabilidades inferiores al 2% y si se pretenden unos puntos básicos más, hay que inmovilizar los recursos a más largo plazo (doce o dieciocho meses). Hasta la fecha, han podido servir como alternativa gracias al respaldo del Fondo de Garantía, poniéndose de manifiesto que el único activo digno de ser considerado como libre de riesgo es la letra del Tesoro. Por cierto, su rentabilidad, hoy, es del 0,7% a un año.

Acaso, el peor de los problemas sea estar perdiendo la rentabilidad que la bolsa viene ofreciendo desde mediados de marzo. Quedarse fuera se paga carísimo y, más tarde o más temprano se acaba teniendo demasiada prisa por subir a un tren que va tomando ya velocidad.

El sexto problema tiene que ver con el sector de servicios financieros, pues justo, cuando más ayuda necesita el inversor, podemos encontrarnos con modelos en profunda revisión, entidades más pendientes de reestructuraciones y conflictos internos que del cliente. Elegir hoy la entidad adecuada es tan importante como cualquiera de los problemas de decisión a los que se enfrenta un inversor.

Por último, debemos tener en cuenta que ante este panorama, no hacer nada es tomar una decisión. En nuestra opinión, sin embargo, a esa conclusión hay que llegar, no vale con quedarse quieto, pues las oportunidades las pintan calvas y, como decía recientemente en las páginas de Expansión Santiago Satrústegui, presidente de Abante: “never waste a crisis”, o sea, nunca desaproveches una crisis.