¡Que no se trata de un plan de pensiones! (I de III)
En el último número de Abantropía comentábamos cinco razones por las que los jubilados de los próximos años se parecerán poco a los actuales y poquísimo a los de hace veinticinco años (en 1987 se aprueba la primera ley de Planes y Fondos de Pensiones).
El debate está ya centrado, no en la necesidad de reformar el sistema público de pensiones, sino en la forma de hacerlo. Aquí es donde surgen las discrepancias.
Que el mundo ha cambiado no es noticia, que lo seguirá haciendo a un ritmo vertiginoso, tampoco. Una de las consecuencias más importantes del desarrollo es el alargamiento de la esperanza de vida. En 1950, el porcentaje de personas que llegaban a la edad de 65 años era sólo del 65%. Hoy es del 90%. Y la cosa no queda ahí, según varios estudios, es muy posible que en los próximos años la esperanza de vida supere ampliamente la centena de años. Tan drástico es el cambio que en el sector asegurador se habla de riesgo de longevidad.
Fuente: José A. Herce. AFI
No entramos a discutir cuáles son las mejores medidas, aunque, como apuntábamos hace un mes, sospechamos que requerirán esfuerzo y, sobre todo, un cambio filosófico en la forma en que nos relacionamos con el dinero a lo largo de nuestra vida. Como decía Leopoldo Abadía recientemente en el programa de Carlos Herrera, en Onda Cero, para evitar problemas con las pensiones lo ideal sería hacer coincidir las edad de jubilación con la esperanza de vida. Uno se jubila y muere. Se acabó el problema.
Y en el fondo, los datos que hemos dado más arriba hablaban de eso, de que una vez llegados a los 65 años, el periodo de jubilación a financiar era de unos 10-15 años máximo. La esperanza de vida va a seguir creciendo, lo que significa que, en unos años, los 60-65 años serán casi el ecuador de la vida, los 30 años de mediados del siglo XX. Si esto es así, que la edad de jubilación se retrase unos años será normal, estaremos en condiciones óptimas para seguir trabajando y tendremos todavía por delante una larga vida que financiar (con jubilación incluida, pero más tarde).
Se trata por tanto de reflexionar sobre este escenario. Nuestros abuelos no tuvieron, quizás, gran necesidad de financiar, adicionalmente a sus cotizaciones a la Seguridad Social, su jubilación. En muchos casos, tampoco nuestros padres. Lo nuestro tiene pinta de ser distinto y como dice la publicidad de ING Direct, “aunque parezca mentira, los planes de pensiones son para la gente joven”.
Nosotros preferimos decir que, la planificación de la jubilación, es más de la carrera profesional, al margen del producto que cada uno elija, ya que no en todos los casos el plan de pensiones es el vehículo más adecuado, es responsabilidad de cada uno de nosotros y que la obligación de “echar números” es de todos, los que están más cerca, puesto que tendrán que analizar cuál es su margen de maniobra y de los que están más lejos, pues son los que tendrán un horizonte y unas necesidades más grandes que financiar.
Ahorrar e invertir es comprometernos con nuestro futuro.
¿Por dónde empezar? Por plantearse preguntas, desde luego:
¿Cuál es mi planteamiento de carrera profesional? ¿Existe un umbral de independencia económica a partir del cuál pueda tomar decisiones profesionales más libres? ¿Cuál es el mío? Si decido jubilarme, ¿podré mantener el nivel de vida que deseo? ¿Qué puedo esperar de la Seguridad Social? ¿Cuánto debo ahorrar? ¿Qué aspectos financieros, económicos y fiscales he de tener en cuenta?